-Un discurso precioso, sin duda. Pero sabes que todos moriremos allí.
-Lo sé. Es lo justo. Cinco años de guerra en el extranjero, matando al enemigo para defender nuestra patria y ahora regresamos a ella para morir en sus manos.
-No deja de ser irónico.
-La muerte siempre es irónica. Es el final para un hombre con ansias de eternidad.
-La eternidad es solo para los dioses. Los mortales nacemos predestinados a la muerte.
-Eso no lo hace más fácil.
-¡Vaya! ¿Quién lo iba a decir? El gran héroe, el que nunca temió a la muerte se encoje ante ella en el último momento. No eras tú el que nunca le tuvo miedo.
-Aunque no lo creas, siempre la temí. Como no temerla. Siempre acechando, como un fantasma. El único enemigo, contra el que luchamos desde que nacemos. Y ahora que se que está cerca, te parecerá una estupidez, pero me siento más vivo que nunca, todo me parece más real, el sol, las nubes, las olas rompiendo contra el barco, las gaviotas, el aliento de los hombres bajo mi mando, rezándole a los dioses por sobrevivir cuando en el fondo, y a pesar de mis palabras, saben que no saldrán vivos de esta batalla.
-Es el precio que pagamos por ser soldados. Una muerte joven y con honor.
-No hay honor en la muerte, solo hay muerte en la muerte. Le llega igual al soldado que al herrero, al joven que al viejo, y cuando llega ya nada importa, porque cuando hay muerte no hay vida y toda vida es para la muerte. Toda vida, por ello es absurda, destinada a olvidarse a sí misma. Un fugaz momento de existencia en la inmensidad de la nada.
-Daremos la vida por una buena causa. ¡Qué mejor causa que defender tu patria! Para que los hombres que quedan en la ciudad puedan levantar las defensas mientras se retrasa el enemigo.
-Daremos la vida por prolongar otras vidas, vidas que al igual que la nuestra también llegaran a su fin. ¡Qué real me parece todo ahora! ¡Qué real y que absurdo! Somos figurillas de madera en el juego de los dioses, impíos todos ellos. Sin compasión por los hombres, que les entregan sus vidas sin cuestionarse. Es, en fin, la tragedia de los mortales, y sin embargo, ¿No cambiarían los dioses su eternidad por un solo instante tan vivo como este? ¿No darían su eternidad por ser tan conscientes de su existencia como lo somos nosotros dos ahora? Los dioses no existen, no pueden existir porque no pueden dejar de hacerlo. Simplemente están. Siempre estuvieron ahí y siempre estarán. Sentados en sus tronos de éter condenados a no existir jamás.
-Es dura tu afirmación.
-Pero totalmente cierta. Jamás podrán saber lo que significa vivir porque no están vivos, ni están muertos. Nosotros, que sabemos que estamos muertos, que nacemos muertos, arañamos nuestros últimos instantes porque estamos vivos. Y mañana poco importará, pues ya no estaremos, ya no existiremos, pero ahora eso no importa. Solo me importan las gaviotas.
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1 comentario:
Sigue escribiendo!
Un beso!
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